Una de las primeras preguntas que todos nos hacemos (o nos hemos hecho alguna vez) al pensar en adoración y alabanza es: ¿Qué es adoración?. Al mismo tiempo muchas respuestas nos pasan por la cabeza al tratar de responderla.
Si nos ponemos literales, encontramos en la biblia dos palabras, una griega y otra hebrea, que definen el significado de adoración.
- SHAJAH (hebreo) : Significa postrarse, inclinarse delante de. En Éxodo 20:5 vemos como Dios nos manda a no postrarnos delante de ningún ídolo, shajah es la palabra usada en el original.
- PROSKUNEO (griego): Significa postrarse, rendirse y humillarse, la idea que esta palabra expresa es la de un perro lamiendo la mano de su amo. Esta palabra la encontramos en Mateo 2:11.
Como vemos adoración no es música, no es cantar bonito, no es ser el mejor guitarrista o baterista. Adoración es una actitud del corazón que se demuestra y expresa exteriormente de muchas maneras, es una actitud de rendición total a Dios, de buscar darle la gloria en TODO. Pero, ¿cómo llego a ese punto? ¿cómo puedo adorar a Dios?. Nosotros lo único que debemos hacer en realidad es reconocer nuestra necesidad de Dios, entregarle nuestra vida por completo y dejar que Él la gobierne, dejar que Él sea el centro, o sea darle el lugar que Él se merece. La adoración y sus expresiones son el resultado de una relación personal con Dios, es el resultado del tiempo que pasamos con Él en intimidad.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y EN LO SECRETO me has hecho comprender sabiduría.
(Salmos 51:6, énfasis mío)Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está EN SECRETO; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
(Mat 6:6, énfasis mío)
Vemos que Dios nos llama a intimidad, a lo secreto (Daniel 2:19, Mateo 6:4, Mateo 6:18). Leí en un disco de Marcos Brunet, una frase de la que me he adueñado pues me encanta, y es: “Dios no tiene favoritos, tiene íntimos”. Como resultado de esa intimidad nace una vida de adoración permanente, una rendición constante a aquel que nos rescató, limpió y libró de la muerte que merecíamos por nuestros pecados al ponerse en nuestro lugar y pagar el precio (y precio de sangre).
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