Si algo podemos aprender de todas las veces que fallamos, creo que es esto entre otras cosas, lo más importante.
Me siento derrotado, como cuando te encargan una misión importante y no la cumples o como cuando traicionas a alguien que de verdad amas. Nunca había meditado en el peso de las consecuencias del pecado, nunca había sentido la miseria de vivir separado de Dios. Siempre es diferente la teoría de la práctica.
Un mísero pecado, uno solo! Tal vez acompañado de 2 pero igual pocos en cantidad, el vacío es enorme y el dolor es terrible. Señor! Señor! ¿Por qué no escuché tu voz? ¿Por qué no quise complacerte?
Sé que no se puede siquiera comparar, pero me sirve para hacerme una idea. Cargar con los pecados de la humanidad debió haber sido horrible, más aun la separación total del Padre. Estoy seguro que fue la peor parte de todo Tu sufrimiento; ahora veo que esos látigos en tu espalda, que esos clavos en tus manos y pies son dolorosos pero no como el sentir la ruptura de una relación íntima con Dios. Sé que las burlas y acusaciones, cada golpe, cada escupitajo, cada demostración de desprecio más que romper tu cuerpo, rompían Tu corazón. Imagino el dolor que llevaste dentro, al ver que Tu amor no era correspondido, al ver que tus hijitos, como nos llamas, te dieron la espalda.
Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Marcos 15:34
Todo ese sufrimiento no fue en vano, definitivamente tuvo un propósito. Éramos ciegos, mas Tú nos diste la vista y trajiste luz; no podíamos andar, más Tú estableciste el camino, Tú eres el camino; Vivíamos engañados, mas tu verdad nos revelaste y trajiste libertad. Gracias por comprar mi vida a precio de sangre, te amo.